lunes, 29 de agosto de 2016

Cómo decirle a tu mamá que murió Juan Gabriel

Un meme describe lo que pudo haber pasado en muchos hogares en toda América Latina. Tomado como un chiste en lo superficial, pero en el fondo, una de esas puñaladas que contraen el pecho, cortan la respiración y dejan el cuerpo congelado: Juan Gabriel había muerto y contarlo no era fácil.

Soy de aquellos que crecí con mensajes subliminales transmitidos por mamá. Sin querer, la música que ella escuchaba, yo terminaba escuchándola también, por accidente e inconscientemente y por ende fueron años y años con Juan Gabriel por allá, en un parlante, en una bocina y con ella, mamá, repitiendo sus letras.

Meme de Twitter sobre la muerte de Juan Gabriel
Mi idea del personaje Juan Gabriel, sin embargo, se formó más por la cantidad de imitaciones que le hicieron comediantes de todas partes, con sus movimientos amanerados y voz endulzada llevados al extremo. Ese fue el Juan Gabriel que se me quedó en la memoria por mucho tiempo, hasta justo meses antes de su muerte, cuando salió una serie biográfica contando su historia, que inevitablemente cambió mis puntos de vista.

A todas las mamás latinas, eso no les pasó, ellas siempre lo entendieron desde que se dio a conocer. Lo defendieron a capa y espada de la burla y lo encaminaron a su título de 'divo'. Juan Gabriel para ellas fue su representación. Mientras yo - y creo que muchos como yo- nunca reparé ni siquiera en sus letras, por más que las reconociera gracias a tantos años de educación subliminal, para mamá y muchas otras, sus composiciones lo dijeron todo.

El gran ídolo tenía un presente en auge. En mi casa, mamá no faltó a un solo capítulo de su miniserie, pero, además, venía sonando con su álbum 'Los Dúo", Así que tanto en radio como en televisión, Juan Gabriel estaba nuevamente como mensaje subliminal en nuestras cabezas, consciente o inconscientemente. 

Y era domingo en la tarde, en Twitter en menos de media hora, la tendencia Juan Gabriel pasó a encabezar el listado. Algo raro estaba pasando, se podía interpretar a primera vista. Clic en la tendencia y las publicaciones más destacadas anunciaban lo que se suele presentir con este tipo de alertas: la muerte.

Los periódicos en México daban la noticia en pocas líneas, se escudaban en los trinos de dos periodistas reconocidos que habían comunicado su deceso. Pero, a pesar de que son periodistas con alta credibilidad, resultaba poco para atreverse a asegurar que sí había muerto. Todo pasó en cuestión de minutos.

Fui a la sala a sintonizar CNN o Televisa, ya que las cadenas locales seguían con programación normal. Pero en esos canales internacionales estaban igual. Nadie decía nada aún.

Mamá, que estaba en la cocina, podría oír la noticia a través de uno de esos canales, con la seguridad de que estaría confirmada, pero como no habían interrumpido sus programas de la tarde, no dije nada de lo que acababa de leer en Internet. Preferí esperar, cuestión de minutos.

Mi televisor se había quedado encendido en NTN24 -un canal de noticias- y ahí empezaron a reportar lo que aparecía en Twitter y los portales mexicanos, pero estaban en la misma incertidumbre sin poder salir a confirmar. Mamá fue a su cuarto y pasó por mi televisor, no pudo evitar sentirse atraída por la música de fondo que ponían en la transmisión y por ende enterarse del fatal suceso. Ya no faltaron palabras, no le dije directamente, pero así como ella inconscientemente me vendió a Juan Gabriel años atrás, así mismo yo le di la noticia.

Fue la puñalada silenciosa, inesperada pero cierta y tenía que soportarla, su Juan Gabriel estaba muerto y era confirmado, en cuestión de minutos, por todas las cadenas. Un dolor que muchos no logramos sentir como mi mamá y las de toda América Latina sienten ahora.

Un dolor que ni existe en muchos de los que somos hijos de esa generación y por eso con memes, los que creen que esto también es un chiste, se expresan tras el infarto que llevó a la muerte a Juan Gabriel.

Queda una simple reflexión, cómo dar una noticia que va a lastimar, a pesar de que no es ni familia, ni salud, ni nada que afecte el entorno, pero igual va a pegar en el alma, porque va a sacudir una fantasía, una ilusión, una inspiración que alguien ha llevado consigo toda su vida.

Twitter: @alejodiceque

martes, 21 de junio de 2016

Qué lengua tan sensible

Dicen que el paladar es el bueno o el malo, pero no, es la lengua, porque es la que carga las papilas gustativas y ellas son las culpables de que uno sea una 'gallina' a la hora de probar sabores.

El altiplano cundiboyacense, aquél del que se enamoró el conquistador español Gonzalo Jiménez de Quesada, es el territorio donde me alimentaron toda mi vida y esta zona puede catalogarse como una delicada membrana que se aparta del resto del mundo por sus sabores.

Quienes crecen en la región Andina colombiana -en una extensión territorial más grande de la delicadeza- por tradición están acostumbrados a comer productos con sabores suaves, quizás lo más extremo que hay es el pescado salado de Semana Santa o el manjar blanco, que es de la vecina región del Pacífico colombiano.

Plato de sopa llamado cuchuco con espinazo.
A ver, para los que no saben, hay un reino que se divide en cuatro sabores: salado, dulce, amargo y agrio. Recientemente quieren - me imagino que son los científicos porque no creo que la ONU se ponga a discutir estos temas - incluir el sabor del umami y el sabor de la grasa (ve tú a saber... o degustar) y bajo este manto tetragustativo se clasifica todo lo que nos metemos a la boca -¡Sí todo, hasta eso que se está imaginando!-

Entonces, los que crecemos en el altiplano cundibyacense nos acostumbramos a trabajar más lo salado y lo dulce, dejando en desuso lo agrio y lo amargo. Rara vez nos sometemos a comer distinto y cuando nos da por salir a explorar el mundo, nos estrellamos con él, sobretodo cuando nos da hambre.

A diferencia de esta porcioncita terrícola, el resto del planeta suele experimentar con sabores agrios y amargos a diario, por eso aman el chocolate suizo bien negro, de ese amargo, que de solo escribirlo ya me hace retorcer.

Momentito ¿Y el ají qué? El picante es producido por una sustancia que se llama capsaicina y que se encuentra en múltiples especias, entre ellas el famoso chile. Pero el picante no es un sabor, es una reacción de dolor que tiene la lengua ante la sustancia y nosotros los del altiplano terminamos siendo unas gallinas para comernos unos simples huevos a la mexicana ¿Quién dijo que queríamos sufrir? Queremos es comer.

Es evidente que la crianza no nos ayudó mucho con los sabores y ya de grandes, nos toca hacernos los machos, para poder hacer buena cara cuando un amigo peruano nos invita a un ceviche, o cuando un compañero coreano de la clase de inglés nos comparte un poco de kimchi.

Ah y por si fuera poco, se nos infla el pecho cuando hablamos de nuestras comidas: ¡Estos sí son platos de verdad! ¡A este árabe sí le enseñamos cómo es un buen sancocho! ¡Y para que vea que somos universales, le pasamos ají! - eso sí, nuestro ají, que lleva cebolla, tomate, cilantro y rebajado en agua..-

Pobre lengua la de nosotros los cundiboyacenses, pero así nos la criaron, casi que dejándola virgen del mundo y solo los valientes que quieren rebelarse y ser lengüisueltos son los que van y se 'entregan' al resto de sabores y cuanta cosa les dan a probar. 

Soy un gallina, porque ya he experimentado muchos de esos otros sabores, dejé la virginidad gustativa, pero es difícil que la someta a andar probando por allí y por allá... Yo me quedo en mi tierra, en mi membrana apartada del resto, con mi dulce de guayaba y mi cuajada con melao... Y bueno, para que mis abuelas no se alebresten, cada Semana Santa, con el tradicional pescado seco...