miércoles, 29 de abril de 2015

El combo de Santi, Caro, Lili, Giga, Peta y Tera

Gracias a la tecnología, tuve recientemente una especie de clase o exposición vía Skype. Sí, desde un humilde escritorio de un sector medio de Bogotá, Colombia para el mundo, cruzando el océano, viajando por cable submarino miles de kilómetros hasta un punto del glamoroso Reino Unido.

¿Y quién iba creer que yo terminaría metiendo a la profe Isabel en esta disertación? Mmm, un momento ¿Quién es la profe Isabel? La profe Isabel es quien se encargó de enseñarme física en décimo y undécimo en el colegio. ¿Y por qué la terminé metiendo en una disertación intercontinental? Bueno, a ella nunca la mencioné, pero sí basé mi exposición en sus enseñanzas.

Todo se desprendió de una pregunta básica que recibí cuando hablaba por Skype: “¿260 gigas son bastante capacidad, verdad?” A lo que respondí: “Aparentemente sí, pero es relativo” Y, así, cuál teorema de álgebra, empezamos a enredar lo que parecía sencillo.

Recibí una contra pregunta: “¿Una giga a cuánto equivale?” Se vino el grueso de mi exposición que desde este humilde escritorio viajó kilómetros y kilómetros hasta tocar tierra, en la zona central de la isla británica y que comenzó con mi respuesta: -“Una giga equivale a mil megas”- Y enseguida lancé el dardo al tablero: “¿Y mil gigas a qué equivalen…?”

Esperaba una respuesta para que entráramos en el mismo tono de juego… tic… toc… tic… toc… pasaban los segundos y no oía la respuesta: “¿Qué sigue después de giga?” fue lo que escuché.

Wikipedia “too much”

Entonces, para explicar la escala que nos tenía hablando de Gigas, Megas y demás, nos tuvimos que remitir al Sistema Internacional de Unidades, o sea a física de décimo (Tal vez hay colegios pupis que hoy en día enseñan eso en quinto de primaria), y en mi caso, con la verdugo Isabel…

Fue, entonces como hábilmente desde el Reino Unido surgió el primer intento de respuesta a mi pregunta de equivalencias y todo gracias a Wikipedia. Estaban consultando Wikipedia para salir del enredo, pero terminaron enredándose más porque el cuadro ‘wikipédico’ está tan completo, que se hace complejo interpretarlo.

Por eso lo que debía ser una respuesta similar a “mil gigas son una tera”, terminó confundiéndose con unidades de masa y longitud y la ruta acabó desviándose hacia los gramos y los metros. En otras palabras, si hubiese sido un examen, la rajada fue inminente.

Sistema Internacional, con plastilina

Una manera didáctica para explicar puede ser la siguiente. Supongamos que el Sistema Internacional de Unidades es una ciudad como Bogotá. Allí en Bogotá hay familias de abolengo, que son las magnitudes básicas en física, pero para que sea digerible, esas magintudes en esta nota son las familias de abolengo o ‘high profile’. Esas familias se distinguen por sus apellidos: Los Valenzuela, los Urrutia, los Casas, los Buendía, los Pombo, los López y los Pizano. En física serían longitud, masa, tiempo, electricidad, luminosidad, temperatura y sustancia.

Y recientemente llegó a esta ciudad otra familia proveniente, digamos, de Europa, por ejemplo los Böckeman, que en el sistema internacional es la magnitud referida a la informática, integrada hace poco tiempo. O sea, los Böckeman se acabaron de trastear a Bogotá.

Cada familia tiene sus papás, sus hijos, abuelos, sus bisabuelos, sus nietos, bisnietos etc. No importa si son los Urrutia o los López. Siempre habrá descendientes.

Y a esas familias una cabeza sobresaliente las representará. Será esa persona la que salga en las páginas sociales de las revistas o hasta las carátulas. Son los delegados del abolengo ante la sociedad. Lo que el Sistema Internacional denomina Unidades básicas.

Por ejemplo, para el S.I. la unidad básica de la magnitud de tiempo es el segundo; en nuestras palabras, la cabeza que moja prensa y es infaltable en torneos de golf en la familia Casas, es el señor Alberto.

Hijos y ceros

El S.I. sugiere que por cada vez que aumente o disminuya el cero en una unidad, se le bautice con un prefijo a la nueva unidad. (¿complicado, verdad?) En nuestro ejemplo cachaco, lo que sugiere es que si el señor Alberto es la cabeza de la familia Casas, su hijo pasará a ser una nueva cabeza, por lo que no se puede llamar Alberto, pero si quiere puede llamarse Mateo Alberto jr.

O sea, si la unidad básica de longitud es el metro, el cero más cercano que tiene, si lo vemos en escala es el del número 10 (1 metro, 2 metros, 3 metros… 10 metros). Por eso 10 metros serán  1 decámetro. Y si disminuye el metro, entonces la pareja de cero y uno más cercana es la que encontramos en -10 ( -90, -80, -70, -60… hasta llegar al -10) Y a esa unión de -1 con ese cero, se le denomina decímetro.

Partiendo de ese principio, entonces un 1 con un 0 es bautizado deca, no importa si es de la magnitud de longitud o de masa (decámetro o decagramo) o de cualquiera de las otras seis.

Y si son dos ceros con el 1, entonces a 100 se le denomina hecto. En la unidad de masa sería hectogramo.  El 1 con tres ceros se conoce como: kilo.

Giga, Tera, Peta, Natis, Marce, Lili

¿Y para qué rebautizar cada vez que aparezca un nuevo cero? Sencillamente para facilitar el nombre de las cosas. Y en vez de decir: “Me vende 1000 gramos de arroz”, le queda más fácil que diga: “¿me haces el fa’ de venderme un kilo de arroz?”. Aunque increíblemente también es válido que diga: “me vende un millón de miligramos de arroz”, pero corre el riesgo de que no le entiendan y lo saquen a palo de la tienda.

Es igual que con nuestras familias. Si la hija de la segunda generación Urrutia se llama Ángela Carolina Urrutia Santamaría de LeRoux. Para evitar tanta letra y ahorrar tiempo, a ella todo el mundo la llamará: Caro (Porque odia el primer nombre: Ángela, que se lo pusieron para honrar a la tía, pero no puede deshacerse de él, así nunca lo mencione) y así le será más fácil a todo el mundo reconocerla. Hasta el chofer de la ruta la saludará: “Niña Caro, ¿cómo me le baila?”.

Es decir, que no está mal llamarla Ángela Carolina Urrutia Santamaría de LeRoux, hija de Santiago Andrés Urrutia Ocampo y nieta de Nando Urrutia Vélez. Lo que en el S.I. equivale a decir que 1.000.000 de miligramos  es lo mismo que un 1 kilo. En resumen, que Ángela Carolina Urrutia Santamaría de LeRoux, hija de Santiago Andrés Urrutia Ocampo y nieta de Nando Urrutia Vélez es lo mismo que Caro.

Y la misma historia ocurrirá con Pili, Lili, Nico, Mafe, Mapis, Gio, Pipe, Tepi, Nati, etcétera.

En conclusión, Giga viene siendo el nieto de Kilo, el hijo de Mega y el papá de Tera. ¿Entendido? Gracias y ojalá respondan así sus exámenes de física y verán la misma cara que un día puso la profe Isabel y lo didácticas que saldrán sus conversaciones intercontinentales…

Twitter: @alejodiceque

Un poquito fanático de Montoya

Sólo cuando él tiene 39 años vengo a darme cuenta de que soy un 'Montoyadependiente' y sólo ahora que reviso la cantidad de material que guardé de él puedo decirlo y reconozco que sí soy su fan. A Juan Pablo Montoya ni lo conozco en persona, pero qué importa, para bautizarme como uno de sus fanáticos basta con recordar cada maroma que he hecho para seguir su carrera.

Obvio fue su momento en Fórmula Uno en el que la fiebre era evidente, aunque en ese entonces no haya sido consciente de que preferí comprarle a Montoya su álbum de BonBonBum sobre los cuadernos de Ana Sofía Henao o cualquier disco de Metallica...

Todo empezó en 1999, cuando ganó en Long Beach. Por radio, Germán Mejía Pinto se descocía de la emoción al reportar a Montoya como el ganador de la válida en la Fórmula Cart. Desde entonces, el Canal Uno compró las transmisiones de la temporada y Caracol Radio le abrió un espacio en una de sus emisoras a los Mejía para que transmitieran sus carreras.

Fue como si hubieran anunciado el IPhone o la integración de tarjetas en Transmilenio: absoluto éxito de taquilla. Montoya ya había corrido dos válidas ese año, pero solo fue después de Long Beach que me inocularon la fiebre Montoyadependiente.

Por fortuna la mayoría de carreras era en horario dominical y decente, es decir pasado el mediodía, pero había sus excepciones y es ahí cuando debo reconocer que sí me volví su fanático. La Cart competía en Australia y a medianoche en Colombia, en mi casa todos andábamos como si fuera 24 de diciembre, solo que sin la música de ¡Candeeeela!, ni el vecino con la de ¡Oooooolímpica se metiooooooó!

Una vez, una de las carreras no pudo terminar el domingo por lluvia y decidieron acabarla el lunes: ¡Nooooooo! En plena clase iba a ser imposible seguirla, pues un inconsciente afiebrado como yo no iba a dejar que eso pasara. Con sigilo y la experticia de agente de la DEA, me camuflé un audífono pequeño que salía por una de las mangas de mi camisa y cada vez que podía me llevaba la mano a la oreja y problema resuelto... "Viene Montoya, cruuuuuuza Montoya... ¡Atención pits, pits, pits... A pits Montoya! ¿En qué clase estaba?, quien sabe.

No salí a echar harina ni a pitar cuando quedó campeón, ni de las 500 millas de Indianápolis ni de la temporada. Qué pésimo fanático o qué pobre muérgano al que su mamá no le dejaba asaltar la cocina.

Una vez el hombre pasó a la Fórmula Uno, la mercadotecnia hizo de las suyas y en consecuencia resulté con tanta maricadita de esa época: afiches, camiseta Michelin, revistas, fotos, grabaciones hasta mis diseños de calendarios con las escuderías y pilotos.

La Gran Carpa obligaba a madrugar. Sí y no solo los domingos, también los sábados porque fanático mamerto que se respete siguió las clasificaciones completas, las 18, una tras otra cada uno de los años en que compitió en la máxima categoría.

Los primeros años fueron tortuosos, porque la Fórmula Uno es un negocio que no se compra de emergencia al tercer domingo de la temporada y en ese entonces los derechos exclusivos los tenía un canal, hoy en Q.E.P.D., llamado PSN. Quedaban dos soluciones o tener el cable con PSN o la cuasi-extinta parabólica con la señal de O Globo (el único que podía transmitir en directo a parte de PSN) En mi casa no había ni a ni b. OMG! Pues a la casa de una amiga de mi hermana fui a parar. Sí, ¡Todos los domingos de carrera a las 6:40 a.m. iba a despertar a esa familia para que me dieran permiso de ver la carrera! Sólo un fanático desquiciado hace esas cosas...

Y si tenía clases de 7:00 los sábados, me quedaba en la puerta del salón hasta que cantaran "bandera a cuadros" pero no entraba sin saber en qué posición había clasificado. Los locos fuimos muchos, hasta los gerentes que decidieron unir Caracol y RCN: "una sola radio para la Fórmula Uno".

Cómo olvidar aquel domingo en que Montoya hizo una de las maniobras más grandes de la historia de la Fórmula Uno, cuando en Brasil pasó a Michael Scumacher, en su tercera carrera en la categoría... ¡Y yo en un colectivo! WTF???? Tenía trabajo de grupo de la universidad y no había logrado estar a tiempo en la casa donde nos reuníamos (a tiempo para la carrera porque para la cita sí iba puntual). Cuando llegué, obvio pedí la señal contra viento y marea en aquel lugar (La familia Rincón) donde el televisor era un adorno al que le pasaban la plumilla de limpiar polvo nada más.


Y si la carrera en Malasia o Japón y la hora no ayudaba, no importaba, ahí estaba despierto escuchando por radio, es más una vez mientras en el bar sonaba Joe Arroyo, yo con mi audífono camuflado seguía a Montoya en Suzuka.

Me tocó vivir la época en la que decidió dar el salto y cambiar la Fórmula Uno por la Nascar cuando trabajaba en El Tiempo. Ese día, aquél domingo fue enorme para mí, pues vi cómo el grupo de periodistas de deportes logró convencer a Montoya de hablar desde Estados Unidos, donde hizo el anuncio, para el periódico. Aquél día no fue el fanático sino el periodista el que presenció la noticia.

El hombre regresó a la Indy, donde tiene nuevamente más chances de ser protagonista y donde le volví a tomar el vuelo. Algunos lo creen vetusto y ya casi un ex, no tengo idea cuántos años más siga, pero sé que por él es que sé algo de automovilismo y es por él que nuevamente vuelvo a estar en la jugada y no soy al único que le pasa lo mismo.


Ah, y un dato más que sustenta mi confesión: ¡Gracias a Montoya tengo visa americana! Sí, le dije al cónsul que lo quería ir a ver en Indianápolis y me selló el pasaporte, al fin y al cabo tengo que reconocerlo soy 'Montoyadependiente'.

Twitter: @alejodiceque